Le pedí que me ayudase a encontrar esa fórmula imperfecta, que nos aumentase el tiempo y disminuyese la distancia.
Deduzco, debe saberla, porque sabe la conversión de 20 minutos a unas cuantas horas.
Quizás me ha mentido y no estudia números si no que alquimia temporal. No lo sabría decir. Cada minuto a su lado se vuelve como líquido, entonces las horas son sólo segundos. Y cuando está lejos, el tiempo avanza lento, en una directa proporción. Su tacto produce electricidad, la suficiente para derretir mi piel en cada punto que toca, e incluso estoy seguro de haber sentido trozos de mi alma escapar entre sus uñas. De algún modo oculto ha saltado las inexpugnables barreras de la razón, y me ha devuelto la fe en viejas magias.
Hoy me ha besado bajo un árbol, y juraría que vi sus hojas crecer.
lunes, marzo 21, 2016
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