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sábado, julio 02, 2016

De la Lealtad: Hoy y en Serrano.

"No serviré a Señor que se me Pueda Morir", dijo el poeta chileno Miguel Serrano en su obra "La Flor Inexistente" (Bvdrais Editores, 2004). En este pequeño capítulo de su libro, Serrano expresa a través de la poesía el valor de la Lealtad, y su decadencia hoy por estos días.
¿Cuántas veces hemos entregado garra, hombro, corazón a un extraño, des-extrañándole en el proceso, haciéndole amigo o pareja, compartiendo la vida y fraternizando en lo íntimo? ¿Cuántas veces nos han de fallar, una, dos y tres, y una mejilla y la otra?
En la obra, Serrano habla a través de un personaje, el portugués Simón de Alcazaba: "en verdad habla del Amor". Narra entonces a través del capitán, la historia de ese místico amor (O A-Mor, como le llama el serranismo) entre el Duque de Gandia e Isabel de Portugal. El Duque era de la familia de los Borgia, "familia papal, de místicos y libertinos. Es decir, hombres puros, capaces de amar y pecar hasta más allá de la vida, capaces de soñar lo imposible, dignos de residir en la muy encantada Ciudad de los Césares".
El Duque, a quien Carlos V de Portugal le ha encomendado el cuidado de Isabel.
Sobre la figura de Isabel me referiré más adelante.
El paralelo que hoy me interesa es que el Duque de Gandia quizás sobrevalora en cuanto a "señora" a Isabel, endiosándola. Isabel cobra entonces un doble valor simbólico. Su valor como mujer, sin discusión, bien plasmado en la prosa. Y su valor como "señor". Como ser admirado y objeto de devoción y lealtad.
Es entonces cuando Isabel, a quien como señora el Duque creía y necesitaba Eterna, muere. Es entonces cuando el Duque se abstrae del mundo y dice "No serviré a Señor que se me Pueda Morir". Y entonces se convierte en monje, y se hace llamar Francisco. Su apellido, cambiado por el hablar lusitano es transformado en Borja. Así es como llegamos a San Francisco de Borja.

¿Cuándo se nos muere un Señor? Cuando le enseñoramos, siendo humano, cuando olemos lo rastrero y nos desentendemos en una fascinación por sus virtudes. Cuando prestamos espaldas sin mirar, cuando juntamos codos sin golpear. Cuando las palabras son dulces de miel por la frente y son amarga hiel por la nuca. Cuando no hay Lealtad. Y sin Lealtad no hay Honor. Y sin Honor, jamás habrá alguna Virtud.

A veces pareciese que lo correcto sería perder la Fe en el Humano. Pero eso sería perder al mismo tiempo toda Virtud. Porque sin Fe en la Trascendencia, no hay Lealtad, ni Honor, ni Virtud. Entonces no nos queda más que ofrecer a la vida de la otra mejilla, pero con el puño presto. Porque la primera vez que me fallen podría ser culpa del otro, pero la segunda será la mía.



lunes, marzo 21, 2016

Alquimia Temporal

Le pedí que me ayudase a encontrar esa fórmula imperfecta, que nos aumentase el tiempo y disminuyese la distancia.
Deduzco, debe saberla, porque sabe la conversión de 20 minutos a unas cuantas horas.
Quizás me ha mentido y no estudia números si no que alquimia temporal. No lo sabría decir. Cada minuto a su lado se vuelve como líquido, entonces las horas son sólo segundos. Y cuando está lejos, el tiempo avanza lento, en una directa proporción. Su tacto produce electricidad, la suficiente para derretir mi piel en cada punto que toca, e incluso estoy seguro de haber sentido trozos de mi alma escapar entre sus uñas. De algún modo oculto ha saltado las inexpugnables barreras de la razón, y me ha devuelto la fe en viejas magias.

Hoy me ha besado bajo un árbol, y juraría que vi sus hojas crecer.

viernes, marzo 18, 2016

Brown Smile

Y tras el vaso de café, una sonrisa se asomaba.
Como un acróbata, traspasaba el borde y se lanzaba a correr sobre el mesón de la barra, en dirección a la caja, a toda velocidad buscando unirse a otra sonrisa que ahí aguardaba.
Y es que la esperanza de vida de una sonrisa separada de su dueño es a veces muy corta. Entonces debe encontrar a otra sonrisa, de preferencia de aquellas conocidas desconocidas, y unirse a ella.
Fuera del local, un transeúnte tropezaba con el puesto de libros, y el pánico parecía extenderse entre los paseantes. La sonrisa había salido de entre los pliegues de un terno, desde un encorbatado pecho, de esos que se marchitan al otro lado de la calle, en medio de eso que llaman "justicia". Y eso por estos días había sido prohibido. Las resoluciones decían claramente que no se podía sonreír, ni inscribir ramos ni atreverse a sentir.
Pero nada se podía hacer, nada, y las sonrisas ya se juntaron y entonces abrí los ojos, miré el reloj y las 3 horas faltantes para la entrega del escrito sólo se habían convertido en 20 minutos.