De repente, me acordé que tenía un blog.
Pero de repente, también me acordé que no quiero andar publicando y ventilando como cuando era “pendejo”.
Ahora, quiero ser grande, como esos niños de ese añejo programa de “Bakán”. Y para ser grande, decidí hacer un deporte, y así llegó Rugby a mi vida.
Esta relación partió con una invitación. Considerando mi glorioso pasado (y bien pasado) en las Artes Marciales, pensé que no sería tan complejo aguantar golpes, y por lo tanto la relación con el juego sería natural y llevadera.
Le erré y le apunté: Claro, si me botan no quedo sufriendo en el suelo, pero 9 años en un deporte individual no desarrolló eso que siento me falta en demasía: el trabajo en equipo. ¿Cuando me meto? ¿A quién se la paso? ¿Que demonios hago ahora?.
Antes, si se me pasaba un golpe y alcanzaban mi rostro, perdía yo. Si ahora se me cae la pelota o le doy un pase a un contrario, es el equipo el que pierde. Antes, sólo era la tortura de la frustración. Hoy, la culpa se agrega al cocktail derrotista.
Nada, sin amilanarse, como me dijo una vez un buen profesor de Educación física y karateka, Guillermo Soto. A ponerle el hombro, a entrenar… ¿Nadie se ha encontrado iniciando una relación con una mujer a la que apenas conoce? Eso quiero con el rugby.
1, 2, 3…¡POPEYES!
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