Claro, los pixeles. A los mejor eso tenemos en común. Los pixeles dibujaban sus vidas, sus proyectos, sus pegas de imaginación. De pixeles teñían pantallas y papeles, que se movían al ritmo de sus ideas.
En cambio mis ideas se vistieron de pixelado.
Verde, negro, coyote y cuadrados que cambiaron mis viejas ilusiones.
Si, claro, pixelado como los Enemigos. Pixelado, Pixelado y Pixelado. Para camuflarse en los recuerdos, para combatir en la Memoria.
Sin embargo, aún sus pasos eran muy similares a los míos, como para que la coincidencia fuese solo un reflejo, un diseño. ¿No sería que era el reflejo de un latido fraternal, hermano, de unos sentires jamás separados, de un cariño de fuerza inmortal, refugiada del azote tormentoso del tiempo y del invasor fastidio de la distancia?
Si, eran mis amigos. Como antaño los dejase un verano. Como hoy me recibieron con palmadas, que sacudían el polvo que los eones sin vernos acumularon, dejándolo caer.
Y quizás, por alguna razón, a mi me llenaba más polvo. Demasiado polvo, dijeron.